lunes, 10 de julio de 2017
Mad Cruel
A estas alturas seguramente todos sabréis ya lo que sucedió el pasado finde en el Mad Cool (o Mud Cool -joder lo que llovió-, o Mad Cruel o como lo queráis llamar), pero por si vivierais en una cueva os lo recordaré: alrededor de las 23 horas del viernes, minutos antes de que empezara el concierto de Green Day en el escenario principal, un acróbata que estaba haciendo una performance en un cubo suspendido por una grúa a unos 30 metros de altura cayó al vacío tras algún fallo aún por esclarecer. Los asistentes, entre los que yo me encontraba, vimos caer al hombre (inmediatamente vino a mi cabeza el recuerdo de Owen Hart) y en un principio no teníamos muy claro si se trataba de parte del show o acabábamos de presenciar un accidente, incógnita que se nos despejó unos pocos segundos después cuando vimos en las pantallas del escenario (que habían estado retransmitiéndolo todo) cómo los sanitarios acudían raudos para asistir al acróbata caído. Tras unos momentos de incertidumbre y algún que otro probablemente desafortunado chiste de humor negro (Isa, Vero, nos veremos en el infierno), la ambulancia arrancó y el público estalló en aplausos, pese a que era bastante evidente que nadie podría sobrevivir a una caída semejante. Así que, tras varios minutos de silencio oficial (no salió nadie a anunciar qué había pasado, cómo se encontraba el artista o incluso si el festival se cancelaba o no) y de numerosos microdebates éticos con el cuerpo medio cortado sobre si debíamos irnos o no de allí, de repente salió un animador vestido de conejo al escenario y, antes de que nos quisiéramos dar cuenta, ya estábamos todos dando botes al ritmo de Know your enemy con unos Green Day hiperexcitados que parecían no enterarse de la misa la mitad (como finalmente se confirmó).
La música sirve de catarsis y hace que olvides todos los males, pero saltar y cantar como un poseso cuando unos pocos minutos antes habías visto cómo un hombre había sufrido un accidente probablemente mortal hace que, en los momentos en los que baja la adrenalina, te sientas, como mínimo, un poco mal contigo mismo. El caso es que, entre canción y canción, mirábamos twitter para saber si había alguna novedad con el accidentado... y a la media hora o así se confirmaba la terrible noticia: el artista, Pedro Aunión, había fallecido. Y ahí ya sí que se me quitaron definitivamente las ganas de concierto, así que aproveché que el Pisuerga pasaba por Valladolid (vamos, que tenía que ir al baño) para quitarme de en medio y decirle adiós muy buenas a Green Day pese a que los pobres no tenían culpa alguna. Se acababa la fiesta y tocaba volver a la realidad, una en la cual un hombre había muerto, 100.000 personas no sabían o no querían saber nada del asunto y daba la sensación de que el espectáculo debía continuar a cualquier precio.
Muchas cosas se han dicho desde entonces, el 99% de ellas por gente que ni estuvo allí ni probablemente sea consciente de cuál fue el cóctel de emociones que vivimos los allí presentes como para juzgarnos con la ligereza que se está haciendo. Podríamos tirarnos días, semanas, meses discutiendo sobre si el festival debió cancelar o no, sobre si debía haber informado a los asistentes y a la banda de lo que había sucedido, de si los que no nos fuimos en cuanto se supo la noticia somos unos malnacidos o de si cuando hay dinero de por medio todo lo demás es tristemente secundario. Es un tema con muchas aristas pero en el cual yo tengo una opinión muy clara: el festival debió informar a los asistentes y a las bandas de lo que había sucedido, y ahí darles la opción de que cada uno eligiera tocar (aunque fuera al día siguiente, modificando los horarios) o cancelar su actuación. Yo habría suspendido el festival (sólo esa jornada, ojo) de inmediato por respeto al fallecido, pero entiendo las razones de seguridad que aduce la organización y que tanta gente ha ridiculizado olvidando que se tomó dicha decisión conjuntamente con la policía ya que, salvo que se demuestre lo contrario, fue un accidente fortuito que en ningún momento puso en peligro la integridad física de los artistas ni de las decenas de miles de asistentes (por ejemplo, sí que habría sido un peligro que hubiese seguido diluviando) como quizás sí podía haberlo hecho el cancelar súbitamente el evento. Tened en cuenta que, a mayor es la masa, mayor es el aborregamiento: nosotros sabíamos lo que había pasado porque estábamos al lado y teníamos acceso a twitter, pero imaginad que se cancela el festival, se pone en marcha el teléfono escacharrao y de una persona muerta en un accidente en una punta del recinto pasamos a un asesinado y de ahí a un acto terrorista cuando el mensaje llega a la otra punta. Evidentemente la Caja Mágica no es el Madrid Arena, pero 100.000 personas cabreadas y asustadas ahí dentro... caos asegurado, y lo sabéis.
En cuanto al debate moral, eso ya queda para la conciencia de cada uno pero, repito, estuve ahí y sé lo que se vivió y se sintió: tan respetable creo que es, en esas circunstancias, optar por irse (ya sea por el shock del momento o por la indignación con la organización) como por quedarse. Billie Joe Armstrong dijo sobre el escenario, pese a no tener idea en ese momento de lo que había pasado, algo del estilo de que sólo había una vida y que había que vivirla. Pues eso era lo que hicieron (hicimos) los que nos quedamos esa noche y volvimos al día siguiente al festival: aún con la losa encima del recuerdo de lo sucedido y el dolor por ver cómo la vida a veces puede ser tan injusta, elegimos no venirnos abajo y optamos por cantar (mal), bailar (peor aún), reír, beber, comer perritos, hacernos selfies, volver a beber y, en general, vivir nuestra vida con la mayor intensidad posible precisamente como homenaje a alguien que había entregado la suya al arte, al entretenimiento, a la belleza y a sacar una sonrisa a la gente que le rodeaba. No creo que pueda volver a escuchar nunca Purple rain sin sentir un escalofrío recorriéndome la espalda pero tampoco pienso ser un hipócrita de tantos que están hablando estos días de Pedro como si le conocieran de toda la vida para así poder sentirse moralmente superiores a los que decidimos quedarnos esa noche. Fue una tragedia por lo que sucedió y por cómo sucedió, sí, pero creo que es de cajón resaltar, y probablemente esto que diga sea bastante impopular, que le sucedió a alguien que no era familiar nuestro, ni amigo nuestro, ni nadie mínimamente conocido por el gran público así que argumentar que su muerte deba causar el mismo impacto emocional en los asistentes que, por ejemplo, la de un miembro de la banda es de primero de demagogia. Si un espectador de un partido de fútbol sufre un infarto y muere en la grada (como más de una vez ha pasado), el partido no se detiene. Si vas por la calle de camino a comprar el pan y ves cómo atropellan a un hombre, te sobrecoge el corazón pero sigues yendo a comprar el pan igualmente. Es un hecho puntual que le sucede a una persona puntual, que te hiela la sangre en ese momento pero que no te afecta directamente y por ello, pese al shock y la tristeza evidentes, continúas con tu vida. ¿O acaso guardásteis el mismo luto vosotros, mis concienciadísimos amigos tuiteros, o salísteis el sábado de marchukis?
En resumen: en mi opinión, repito, el festival debería haberse suspendido el viernes tras conocerse la muerte del acróbata pero haber continuado el sábado ya que la seguridad del público en ningún momento corría peligro y no por no quedarnos en casa el sábado de negro riguroso considero que los 100.000 asistentes seamos peores personas por ello. Así que respeto máximo para Pedro, esclarecimiento de los responsables (si es que los hay) y que el espectáculo, la diversión, la música, la vida, continúen SIEMPRE. Es lo único bueno que podemos sacar de esta triste historia.
PD 1: Me parece absolutamente repugnante que, con el cadáver del acróbata aún caliente y sin tener aún ni puta idea del motivo del accidente, ya haya quien arrime el ascua a su sardina y trate de politizar este asunto convirtiéndolo en un ejemplo de explotación laboral, de lucha de clases (conviene recordar que Pedro Aunión no era ningún becario que cobrase 2€ la hora sino un reputado coreógrafo que vivía en Londres y era el director de su propia compañía de danza... un proletario de manual, vamos), de lo cómplices que somos los que optamos por no irnos a casa y demás patochadas. De hecho el sábado se convocó una manifestación en una de las puertas del recinto pidiendo no sé muy bien qué y bloqueando los pasos a los festivaleros en un momento que creó, me comentan, momentos de bastante tensión y agobio para los que allí estaban presentes. Querían que nos sintiéramos avergonzados, y doy fe que lo estoy. Pero es vergüenza ajena lo que siento.
PD 2: Todos los putos telediarios (y algún que otro periódico) denunciando la insensibilidad de la organización del festival a la vez que emitían imágenes explícitas de la caída. Querido director de El Mundo: yo, con todo lo malvado que soy, al menos borré de mi móvil la foto de la caída.
PD 3: Por increíble que parezca, en el festival tocaron más grupos aparte de Green Day. Fantásticos, como siempre, los Foo Fighters (pese a que los vimos desde Parla) y conciertazo de M.I.A., la cual, hasta donde yo sé, fue la única artista que le dedicó unas palabras al fallecido. Todo un detalle por su parte.
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